Una terapia española salva la vida de “la familia con peor suerte del mundo”

La maestra infantil Alicia Langenhop sintió hace un lustro que la suya era “la familia con peor suerte del mundo”. Ella y su marido, sin saberlo, eran portadores de una extraña mutación en el ADN que, si se hereda a la vez de los dos padres, provoca una enfermedad potencialmente mortífera, que afecta a solo una de cada millón de personas en el mundo. Ellos todavía no lo sabían, pero cada hijo que concibiesen tendría un 25% de posibilidades de padecer el mal. Tuvieron tres niños y los tres sufrían el trastorno genético, que anulaba sus defensas y los condenaba a infecciones constantes. La probabilidad de que ocurriera algo así era similar a la de recibir una moneda concreta entre cientos de miles, lanzarla seis veces al aire y que saliese siempre cruz. Una terapia española ha logrado ahora que los tres hermanos —Ava, de 9 años; Olivia, de 7; y Landon, de 5— y otros seis niños recuperen su vida normal. Los asombrosos resultados se publicaron el 30 de abril en la revista especializada The New England Journal of Medicine.
La historia comenzó hace unos 15 años, en un laboratorio de Madrid, en el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT). Un equipo encabezado por Juan Antonio Bueren y Elena Almarza decidió enfrentarse a una enfermedad rarísima, la deficiencia de adhesión leucocitaria tipo I (LAD-I), que hace que los niños sufran infecciones bacterianas muy dolorosas, con úlceras en la piel, la boca y las vías respiratorias, porque sus glóbulos blancos son anómalos e incapaces de combatir a los microbios invasores.
“El 70% de los pacientes con LAD-I grave fallece antes de cumplir los tres años de vida”, lamenta Bueren. La enfermedad está causada por la mutación de un gen, que provoca la ausencia de una proteína esencial para que los glóbulos blancos viajen desde la sangre hacia los tejidos infectados. En 2016, el equipo de Madrid logró curar el trastorno en ratones, empleando un virus modificado genéticamente para que introduzca en las células la versión correcta del gen defectuoso. Inmediatamente, la empresa estadounidense Rocket Pharma, con sede en el rascacielos Empire State Building de Nueva York, compró los derechos de la estrategia terapéutica.
El nuevo estudio detalla los primeros resultados en humanos. Son nueve niños a los que se les han extraído, del tuétano de sus huesos, las células madre que son precursoras de los glóbulos blancos, para insertarles el gen terapéutico en el laboratorio y devolverlas corregidas al cuerpo. “Todos ellos están en el colegio, haciendo una vida normal. Desde el punto de vista clínico, están estupendamente”, celebra Bueren, expresidente de la Sociedad Europea de Terapia Génica y Celular.
El ensayo clínico, financiado por Rocket Pharma, se ha llevado a cabo con una niña turca en el Hospital Niño Jesús de Madrid, otros seis participantes en la Universidad de California en Los Ángeles y dos más en el University College de Londres. El médico Julián Sevilla, responsable de la paciente en España, cree que incluso se puede hablar de curación. “Los nueve niños han ido fenomenal, pero la nuestra, en concreto, ha sido espectacular, no ha tenido absolutamente ninguna complicación. Está perfectamente. Con este ensayo clínico hemos demostrado que el tratamiento es curativo”, opina. El equipo ya obtuvo un éxito similar en diciembre, en otro ensayo contra la anemia de Fanconi, una enfermedad genética que también afecta a los niños.
La terapia está diseñada para aplicarse un día y durar toda la vida, ya que las células modificadas producen glóbulos blancos sanos. Los resultados ahora publicados detallan el seguimiento de los niños a lo largo de dos años, sin que hayan reaparecido los síntomas. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que se pueda afirmar que esto es curativo y que no van a perder esas células corregidas? “No hay una estimación, pero lo que hay que pensar es que no tienen por qué perderlas. Es igual que cuando haces un trasplante [de médula ósea] y asumes que las células del donante van a estar ahí toda la vida. Esto es lo mismo. Se han corregido las células y no hay por qué asumir que el injerto se va a perder en algún momento, porque llevan más de dos años y han funcionado perfectamente”, razona Sevilla, jefe de Hematología del Hospital Niño Jesús.

La bioquímica Elena Almarza abandonó en 2020 el CIEMAT, un centro público adscrito al Ministerio de Ciencia, para incorporarse a las nuevas instalaciones de Rocket Pharma en el Parque Científico de Madrid. En sus redes sociales ha celebrado “las vidas de nueve niños salvadas”. Si, como es previsible ante la ausencia de alternativas, las agencias reguladoras autorizan el tratamiento, la gran incógnita será el precio. Los virus de la familia de los lentivirus, como los empleados en esta nueva terapia, ya han demostrado ser una potencial cura para una quincena de enfermedades genéticas raras, ya sean del sistema inmune, de los glóbulos rojos de la sangre o trastornos metabólicos. Son algunas de las medicinas más caras del mundo.
Bueren explica que “el coste de los tratamientos análogos está por encima de los dos millones de euros por cada paciente y, en algún caso, llega a los cinco millones”. La Sociedad Europea de Terapia Génica y Celular, afirma, está peleando para que las instituciones públicas desarrollen este tipo de tratamientos sin ánimo de lucro, con el objetivo de que su precio sea “mucho más accesible” para los sistemas nacionales de salud. Son terapias sofisticadas y adaptadas a cada persona, carísimas porque requieren una auténtica orfebrería biológica y meses de trabajo en el laboratorio, pero también porque los accionistas de las empresas farmacéuticas quieren maximizar sus ganancias. Rocket Pharma, con inversiones de unos 330 millones de euros, cotiza en la bolsa de valores Nasdaq.
El Hospital Niño Jesús protege la privacidad de su paciente, pero la Universidad de California en Los Ángeles ha ido informando paso por paso del tratamiento de los tres hermanos Langenhop, a los que la propia institución estadounidense presentó como “la familia con peor suerte del mundo”. El relato de Alicia Langenhop es conmovedor. “Sentíamos que teníamos que subir una montaña cada día. Cada fiebre, cada roncha, era aterradora. Estábamos siempre pensando en lo peor”, recuerda la madre en un comunicado. Los tres niños estadounidenses ya no requieren acudir constantemente a urgencias a tratarse sus úlceras, sino que llevan una vida completamente normal gracias a una terapia desarrollada en Madrid. Juan Antonio Bueren es optimista, pero cauto: “Todo apunta a que este tratamiento va a ser definitivo, pero no podemos decir de manera rotunda que los pacientes están curados, para eso habrá que esperar más tiempo”.
EL PAÍS